noviembre 26, 2010

ANARQUISMO Y NACIÓN



Desde hace ya algunos años, existe una pequeña pero crecientemente influyente minoría en los medios libertarios contemporáneos que se desarrolla a partir de unas pases juzgadas como “heréticas” por la mayoría.
Esta minoría, cuya voz es cada día mas fuerte a pesar de los poderes, anarquistas y no anarquistas, interesados en silenciarla, apoya abiertamente las lucha de los pueblos por la soberanía, de los grupos étnicos, de las naciones e individuos, asignando a estas luchas un fuerte potencial como factores determinantes para la construcción de una sociedad mas justa y liberada de la opresión capitalista.
Esta tendencia “identitaria”, se caracteriza por una determinada “conciencia nacional”   en el seno de movimientos tradicionalmente conocidos como apátridas e internacionalistas, se constituye como un movimiento contestatario a la marcha forzada del mundo hacia un monocultivo global, una homogeneización, uniformización, de la humanidad animada por los intereses del Gran Capital Internacional, pero también  y sobretodo como una manifestación de la resistencia del pueblo a la autoridad oficial con el fin de preservar y hacer valer sus propios particularismos culturales y vitales. Tal es nuestra posición y creemos que ésta debería ser compartida por todos aquellos que posean ideales con una voluntad emancipadora,       sea     cual    sea     su tendencia.

Existe un gran número de anarquistas “ortodoxos” y de gente de “la izquierda” o de extrema-izquierda, que repudian este enfoque, no dudando en denunciarlo como una forma derivada del “anarco-nacionalismo”.   Se cierran en la idea preconcebida de que unos entusiasmos étnicos o nacionales de este tipo serían “básicamente conservadores e inevitablemente opresivos”, y que favorecerían sistemáticamente el  desarrollo del  racismo y el  chauvinismo.

Estas dos posiciones friccionantes y aparentemente irreconciliables destacan en dos aspectos importantes de esta problemática, y su consideración permite definir las bases de una marcha que debe ser seguida para una mayor comprensión mutua o, incluso, para llegar a puntos   de labor común.

En primer lugar, por muchos   argumentos que pueden oponer los defensores de la tendencia “dominante” a sus disidentes “minoritarios”, serán siempre  los segundos y no los primeros los que permanecen fieles a la tradición libertaria más clásica.
Una gran figura de esta tradición, el revolucionario ruso Michael Bakunin, condenaba inequívocamente al “liberalismo” egoísta y destructivo que implican cada vez más los enfoques del anarquismo “mayoritario” actual, y se complacía en repetir, no sin razón, que el hombre es el animal mas individualista y a la vez mas social de  la Naturaleza.     Bakunin reconocía que esta parte social del ser humano, se expresaba a través de dinámicas comunitarias de las tribus, de los clanes, de las culturas y de las naciones. Cada una de estas dinámicas comunitarias constituye un fenómeno único, no repetido en la historia y que aporta una contribución particular a la Humanidad.
 Estas ideas también fueron claramente expuestas por otra gran figura del socialismo libertario, Gustav Landauer, alemán de origen judío nacido en 1870 e inspirador del sistema de “consejos de trabajadores” (o soviets). Fue asesinado en 1919 por los esbirros de la reacción, constituida por los cuerpos francos (Freikorps).
Gustav Landauer proclamó:
“Las diferencias nacionales son factores de primera importancia en las realizaciones que deben llevarse a cabo en la humanidad para aquellos que saben distinguir entre la abominable violencia oficial del hecho vigoroso, bello y pacífico de la Nación
Como  “nación”, del mismo modo que Bakunin,  Landauer entendía una entidad cultural, y no a una entidad política. Y también como Bakunin, se situaba a favor de la soberanía de los pueblos dentro de un contexto libertario y antiimperialista. Louis-Auguste Blanqui, miembro de la Comuna de París y  figura obstinada en las revoluciones de 1830 y de 1848, padre de la famosa sentencia de “Ni Dieu Ni Maître” (ni dios ni patria) tan significativa para todos los anarquistas, creía también en una conciencia nacional marcada. También fue el caso del teórico P.J. Proudhon, del socialismo libertario. Del mismo modo, la insurrección anarquista de los partidarios de Néstor Makhno en Ucrania (1918-21) revestía un innegable factor de lucha de liberación nacional, y también un marcadísimo sentimiento de la misma índole.

Esa  confusión  tan actual y nada inocente que pretende asimilar al término Nación en el concepto de “Estado-Nación”, debe denunciarse de ahora en adelante. No debe continuar siendo atendida.

Por supuesto, en la actualidad no es necesario dedicar un culto idólatra a Bakunin, Landauer, Blanqui, Proudhon o Makhno, los desafíos de que ellos enfrentaron son distintos a los de nuestros tiempos, pero sería bueno tener en cuenta  las ideas defendidas por estos grandes hombres del anarquismo. Sobretodo ahora, que bajo la influencia de unos prejuicios propios   del orden actual, de sus intereses, algunos “anarquistas”  de la tendencia dominante pretenden relegar este tipo de discurso a los cubos de basura de la Historia, un poco de reciclaje puede ser una importante labor higiénica.
En el futuro, cada vez mas libertarios y contestatarios de todas las clases terminarán por reconocer en su justa medida la inevitable interdependencia que existe entre el individuo y las unidades orgánicas que constituyen el marco en el que se desarrolla su vida: los vegetales, los animales, y la biosfera entera. Admitimos que estas unidades, constituyendo cada una de las comunidades,  tienen no  solamente que tienen  el derecho innegable a existir sino que también que son estructuras imprescindibles en su gran diversidad.    Y si esto es así, ¿qué las diferencia de las comunidades naturales de los seres humanos? ...

Los libertarios que rechazan los conceptos de identidad y de soberanía popular, y que se niegan a preocuparse por la supervivencia de culturas y etnias, no se basan en ninguna fuente del anarquismo “ortodoxo”, sino en necesidades e intereses de nuestro tiempo; y no siendo anarquistas, deberían ser considerados mas bien, en base a sus objetivos y sus actos como  sociogenocidas     (“socio-genocidaires”).

Dicho esto, reconozcámoslo, la tendencia mayoritaria de los anarquistas “apátridas” a menudo ha tenido razón al destacar algunos aspectos potencialmente negativos del sentimiento étnico, racial y nacional. En efecto, ¿cómo evitar que este sentimiento degenere en conservadurismo social, o peor, a la aparición de reacciones violentas o incluso a la aplicación de medidas racialistas criminales promovidas por su paroxismo?

¿Cuáles son los medios que permitirían trabajar para concebir un sistema que permita la coexistencia pacífica entre distintas nacionalidades, cada una beneficiándose de su propia autonomía, cada una cultivando su propia identidad y todas enriqueciendo con su aporte a la diversidad y la riqueza de la Humanidad? –o– ¿Qué nacionalismos son legítimos y qué nacionalismos no lo son? –pero también–¿quién puede decidir          algo así?

El nacionalismo Boer en Sudáfrica, por ejemplo, es una secuela manifiesta del colonialismo blanco y el Apartheid, y no una expresión de diversidad indígena. La misma cosa se puede ser dicha de los lealistas ingleses del norte de Irlanda, así como del Sionismo israelí, clara expresión vengativa del nacionalismo judío de fundamento religioso y racista. Pero todos estos son casos de nacionalismos falsos y explotadores o  de estados multiétnicos, en los que una Nación niega a otra.
Es allí donde se sitúan los verdaderos problemas, y las cuestiones que conviene plantearse en adelante. El fanatismo chauvinista que reina, entre otras cosas, en la antigua Yugoslavia y en algunas regiones de lo que fue la URRS, son un testimonio dramático de las desastrosas consecuencias que puede conllevar la imposición autoritaria de un Estado multiétnico en el que se obliga a comunidades distintas a cohabitar. Estas cuestiones ilustran también, por fuerza, lo que mucha gente de izquierda o de sensibilidades libertarias denuncian en lo que llaman – a tientas – el “verdadero” nacionalismo, cuyas devastaciones observan con inquietud. Esta gente, de cuya sinceridad y buenos sentimientos no se puede dudar, permanece en realidad atrapada en unos prejuicios fuertemente inculcados desde los que creen que todo ideal nacionalista es indisociable del concepto de “Estado-Nación”, fundado sobre las bases del centralismo autoritario y de las relaciones de dominación.
Esta visión reduccionista de las cosas se ha impuesto en los espíritus de muchas personas como un verdadero tópico que, aun cuando se basara en hechos reales,  lo centra todo en una imagen simplista de   unas clases dirigentes explotando las pasiones étnicas y nacionalistas para mantenerse en el poder. Pero si se profundiza un poco, esta visión muestra todas las generalizaciones arbitrarias típicas en los fallos de interpretación.
No es la conciencia étnica o nacional en si misma lo que es fuente de conflictos entre pueblos, sino los que a veces pretenden  desviarla  e instrumentalizarla para su beneficio personal. No, no es la conciencia identitaria lo que oprime al pueblo, lo que destruye la libertad, lo que crea violencia, lo que enajena y niega al individuo, pero en cambio sí que hacen todo eso los gobiernos, las clases dirigentes, los partidos políticos del Sistema, las religiones represivas y universalistas, el espíritu de la jerarquía, la plutocracia y las desigualdades sociales basadas en factores exclusivamente materiales. En aquellos que unen su visión a la de Bakunin, Landauer, Blanqui, Proudhon y Makhno, los que apoyan a los pueblos del mundo, los que luchan en nombre de un nacionalismo de liberación, en todos aquellos que hoy se identifican como Nacional-Anarquistas o anarcoidentitarios, no existe ninguna relación con los “cripto-fascistas” o con los “nazis” como pretenden encasillarnos según qué individuos con unos modos  de terrorismo intelectual digno de los peores regímenes totalitarios. ¿Y en nombre de qué se atreven a  calificar algo   de “anarquista de derechas”, cuando esa definición se debe precisamente a que viven completamente inmersos en los prejuicios del sistema capitalista y pseudodemocrático actual?

Los nacional-anarquistas (anarconacionalistas) no son nada de todo eso que pretenden según quienes. Para comenzar no se sitúan ni a la izquierda ni a la derecha del Sistema, porque están fuera y en frente de él. Los anarcoidentitarios simplemente quieren incitar al pueblo, a los grupos afines y a los individuos para que se liberen de las instituciones opresivas y degradantes, con el fin de permitirles ir hacia la Unidad en la Diversidad.
Y aquí volvemos a esto que Landauer designó como el principio de AUTODETERMINACIÓN. Allí se sitúa la clave del problema: Nada de “pequeño nacionalismo” oficial y centralizador, pero la autodeterminación nacional, la total libertad para los colectivos nacionales y las agrupaciones voluntarias de individuos para poder administrar ellos mismos sus propias vidas, en la medida que ese ejercicio de libertad no pise la de los demás.
La autodeterminación, del mismo modo que la autogestión, es la la esencia del ideal libertario, de una vida ajena a toda forma de tutela coercitiva. Es el núcleo del concepto de Libertad en el anarquismo, y la Libertad, como ya dijo Bakunin, es indivisible: debe aplicarse a todos sin excepción, sin un solo fraude, sin ninguna máscara de privilegios, porque esto significaría el germen de una nueva tiranía. Nadie debe ser obligado a definirse  o a formar parte integrante de cualquier grupo étnico, nacional o cultural. Esta elección debe pertenecer al individuo y solo a él.



¿ABOLICION DE LAS FRONTERAS?

La cuestión de las fronteras entre distintos territorios, lleva también a debates apasionados. Obviamente, las fronteras políticas de los actuales Estados-Nación, que no tienen en cuenta las realidades históricas, lingüísticas, culturales y regionales, no son únicamente arbitrarias, sino sobretodo aberrantes y de todo  inaceptables. Pero si vamos a pedir la opinión a los indios de América, a los pueblos africanos o a los palestinos qué es lo que piensan de vivir en la completa ausencia de fronteras reconocidas, nos daremos cuenta de lo ilusas que  son algunas  actitudes.

Algunas personas piensan que la supresión de las fronteras, abriendo las puertas de los países industrializados a una inmigración en masa de las poblaciones pobres,   constituiría el remedio a todas las ya viejas injusticias.  Además de su carácter ciertamente irresponsable, esta idea, por generosa que pueda parecer a primera vista, no tiene en cuenta un hecho del todo evidente: los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos de los países del Tercer Mundo no se solucionarían con una fuga en masa de sus nacionales hacia los países “ricos”, sino al contrario. Para los países de recepción, el impacto en la Ecología, así como en sus sociedades, de un flujo migratorio de tamaña envergadura sería catastrófico. Y eso sin contar los desequilibrios etno-demográficos que generaría. En cualquier caso, sean cuales sean las políticas de inmigración que se tomen, Occidente tendrá tarde o temprano que enfrentar las consecuencias de su constante explotación de las naciones de África, Asia y América   Latina.
La verdadera solución a las miserables condiciones que sufren los pueblos de estos tres continentes reside, como para cualquier otro pueblo, en una verdadera revolución social emancipadora, en su liberación de los yugos oscurantistas y teocráticos que los oprimen y en la conservación de sus particularismos etnoculturales más enriquecedores para ellos y para la Humanidad en su conjunto. La supresión de las fronteras es un tema actualmente muy extendido en la propaganda de los movimientos “radicales” de corte libertario o de extrema-izquierda. Con todo, este concepto implica evoluciones racistas, imperialismos y daños ecológicos devastadores que no suelen ser tomados en cuenta. Curiosamente, los neoliberales del Capital, tienden también a negar las fronteras y a fomentar la homogeneización de las identidades.
De fronteras se han creado muchas en el pasado y han acabado cayendo, otras se crearán en el futuro y volverán a caer y así en lo sucesivo. Y los pueblos  de  las distintas regiones del Mundo seguirán sufriendo cambios mas o menos acentuados a lo largo de su existencia. Tales son los imperativos de la Historia. Todos los libertarios comparten  el internacionalismo, antioficial por supuesto,  incluso por  los Nacional-Anarquistas, para los que solidaridad internacional es una palabra apreciada. Los problemas que implica  el mantenimiento de las fronteras actuales son evidentemente escandalosos para un pueblo sin soberanía reconocida como el de los vascos, los bretones, los corsos, los kurdos, cuyas tierras han sido expoliadas, ignoradas por líneas trazadas sobre un mapa; o también para los afroamericanos, que tienden cada vez mas a constituirse en una nación separada   del poder federal.
Los gobiernos y los estados no deben interponerse en el camino hacia la autodeterminación de pueblos o individuos. Y no deben existir fronteras que limiten la solidaridad, la ayuda mutua y la cooperación voluntaria. Así pues, la causa internacionalista, sobre este compromiso,  debe ser aplicado en el sentido mas franco y equitativo: “nada de fronteras”, pero diciendo que no debe haber fronteras impuestas contra la voluntad  de los grupos humanos sin soberanía.

-          Por el rechazo de toda lógica genocida o asimilacionista, conviene luchar  por el etnopluralismo, por la diversidad de las culturas, lenguas y tipos raciales, por ser cada uno de ellos fundamento de la riqueza de la Humanidad. Por la solidaridad con los puebos en lucha contra el imperialismo en el mundo, conviene optar por un internacionalismo sincero que, en vez de negar y rechazar las diferencias, las reconozca y las defienda.


     Extracto de Hans CANY,  26 de octobre de  2003 (Era Vulgar)

noviembre 23, 2010

PATRIA Y NACIONALIDAD





El Estado no es la patria; es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la patria. La gente sencilla de todos los países ama profundamente a su patria; pero éste es un amor natural y real. El patriotismo del pueblo no es sólo una idea, es un hecho; pero el patriotismo político, el amor al Estado, no es la expresión fiel de este hecho: es una expresión distorsionada por medio de una falsa abstracción, siempre en beneficio de una minoría explotadora.
La patria y la nacionalidad son, como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos e históricos al mismo tiempo; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede considerarse como un principio humano aquello que es universal y común a todos los hombres; la nacionalidad separa a los hombres y, por tanto, no es un principio. Un principio es el respeto que cada uno debe tener por los hechos naturales, reales o sociales.


La nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos ; y por ello debemos respetarla. Violarla seria cometer un crimen; y, hablando el lenguaje de Mazzini, se convierte en un principio sagrado cada vez que es amenazada y violada. Por eso me siento siempre y sinceramente el patriota de todas las patrias oprimidas.
La esencia de la nacionalidad. Una patria representa el derecho incuestionable y sagrado de cada hombre, de cada grupo humano, asociación, comuna, región y nación a vivir, sentir, pensar, desear y actuar a su propio modo; y esta manera de vivir y de sentir es siempre el resultado indiscutible de un largo desarrollo histórico.
Por tanto, nos inclinamos ante la tradición y la historia; o, más bien, las reconocemos, y no porque se nos presenten como barreras abstractas levantadas metafísica, jurídica y políticamente por intérpretes instruidos y profesores del pasado, sino sólo porque se han incorporado de hecho a la carne y a la sangre, a los pensamientos reales y a la voluntad de las poblaciones.


Se nos dice que tal o cual región - el cantón de Tesino [en Suiza], por ejemplo -pertenece evidentemente a la familia italiana: su lenguaje, sus costumbres y sus restantes características son idénticos a los de la población de Lombardía y, en consecuencia, debería pasar a formar parte del Estado italiano unificado.
Creemos que se trata de una conclusión radicalmente falsa. Si existiera realmente una identidad sustancial entre el cantón de Tesino y Lombardía, no hay duda alguna de que Tesino se uniría espontáneamente a Lombardía. Si no es así, si no siente el más leve deseo de hacerlo, ello demuestra simplemente que la Historia real - la vigente de generación en generación en la vida real del pueblo del cantón de Tesino, y responsable de su disposición contraria a la unión con Lombardía - es algo completamente distinto de la historia escrita en los libros. Por otra parte, debe señalarse que la historia real de los individuos y los pueblos no sólo procede por el desarrollo positivo, sino muy a menudo por la negación del pasado y por la rebelión contra él; y que este es el derecho de la vida, el inalienable derecho de la presente generación, la garantía de su libertad.
La nacionalidad y la solidaridad universal. No hay nada mas absurdo y al mismo tiempo más dañino y mortífero para el pueblo que erigir el principio ficticio de la nacionalidad como ideal de todas las aspiraciones populares. El nacionalismo no es un principio humano universal. Es un hecho histórico y local que, como todos los hechos reales e inofensivos, tiene derecho a exigir general aceptación. Cada pueblo y hasta la más pequeña unidad étnica o tradicional tiene su propio carácter, su específico modo de existencia, su propia manera de hablar, de sentir, de pensar y de actuar; y esta idiosincrasia constituye la esencia de la nacionalidad, resultado de toda la vida histórica y suma total de las condiciones vitales de ese pueblo.


Cada pueblo, como cada persona, es involuntariamente lo que es, y por eso tiene un derecho a ser él mismo. En eso consisten los llamados derechos nacionales. Pero si un pueblo o una persona existe de hecho de una forma determinada, no se sigue de ello que uno u otra tengan derecho a elevar la nacionalidad, en un caso, y la individualidad en otro como principios específicos, ni que deban pasarse la vida discutiendo sobre la cuestión. Por el contrario, cuanto menos piensen en si mismos y más imbuidos estén de valores humanos universales, más se vitalizan y cargan de sentido tanto la nacionalidad como la individualidad.


La responsabilidad histórica de toda nación. La dignidad de toda nación, como la de todo individuo, debe consistir fundamentalmente en que cada uno acepte la plena responsabilidad de sus actos, sin tratar de desplazarla a otros. ¿No son muy estúpidas todas esas lamentaciones de un muchachote quejándose con lágrimas en los ojos de que alguien lo ha corrompido y le ha puesto en el mal camino? Y lo que es impropio en el caso de un muchacho está ciertamente fuera de lugar en el caso de una nación, cuyo mismo sentimiento de autoestima debería excluir cualquier intento de cargar a otros con la culpa de sus propios errores.


Patriotismo y justicia universal. Cada uno de nosotros debería elevarse sobre ese patriotismo estrecho y mezquino para el cual el propio país es el centro del mundo, y que considera grande a una nación cuando se hace temer por sus vecinos. Deberíamos situar la justicia humana universal sobre todos los intereses nacionales. Y abandonar de una vez por todas el falso principio de la nacionalidad, inventado recientemente por los déspotas de Francia, Prusia y Rusia para aplastar el soberano principio de la libertad. La nacionalidad no es un principio; es un hecho legitimado, como la individualidad. Cada nación, grande o pequeña, tiene el indiscutible derecho a ser ella misma, a vivir de acuerdo con su propia naturaleza. Este derecho es simplemente el .corolario del principio general de libertad.


Todo aquél que desee sinceramente la paz y la justicia internacional debería renunciar de una vez y para siempre a lo que se llama la gloria, el poder y la grandeza de la patria, a todos los intereses egoístas y vanos del patriotismo.


Mijail Bakunin